Comentario
En virtud de la adopción, T. Aurelio Fulvo Boionio Arrio Antonino cambió su nombre por el de T. Aelio Adriano Antonino. La decisión de Antonino de atribuir los máximos honores a su padre adoptivo, de ratificar sus actos y de presentarse como un continuador de su obra, le hicieron merecedor del epíteto Pío, el respetuoso con los padres y antepasados. Y tal título pasó a completar su estructura onomástica como aparece en múltiples documentos de la época: T. Aelius Hadrianus Antoninus Pius, además de los títulos imperiales.
Antonino procedía de una rica familia de la Galia Narbonense, de Nemausus (Nimes), y esa riqueza particular le permitió hacer donaciones de dinero a la plebe de Roma y al ejército de sus propios fondos, sin necesidad de acudir al Fisco. He aquí un testimonio: concedió congiaria de 90 denarios en nueve ocasiones, mucho más que cualquier otro emperador. Y los datos anforarios del Monte Testaccio confirman la continuación de la política de distribución de alimentos, ahora incrementados con vino y aceite, lo que expresa su atención al pueblo de Roma así como la salud económica de la Annona. Con motivo de la muerte de su mujer, Faustina (año 140), hizo una ampliación de ayudas del Fisco bajo la forma de alimenta, cuyos intereses eran destinados al mantenimiento de niñas, las puellae Faustinianae. Tal decisión aporta además la novedad de privilegiar a las niñas, que salían discriminadas en las ayudas de alimenta concedidas por Trajano.
Los recelos de algunos senadores ante Adriano se habían disipado bajo el nuevo emperador. Más de la mitad de los senadores provinciales procedía ahora de Oriente y todos habían terminado por aceptar la necesidad de tal representación ante la superior riqueza y nivel cultural de la parte oriental del Imperio. Esa nueva realidad dio como resultado que el continuismo político de Antonino fuera ahora bien visto por el Senado. Y en el marco de esa concordia tomó decisiones, como la de desempeñar el consulado sólo cuatro veces y la de suprimir la división de Italia en cuatro distritos administrativos, que fueron del agrado de los senadores.
Aun manteniéndose fiel a la religión romana tradicional, Antonino fue consciente de las limitaciones de la misma para procurar plenas satisfacciones interiores a los deseosos de una vida religiosa más profunda. Así, hizo un reconocimiento público a nuevos cultos orientales, como el minorasiático de Cibeles y Attis. No es obra de Antonino sino un signo ideológico de todo el siglo II d.C., que se comienza a manifestar con fuerza bajo su gobierno, la expansión de los cultos de la salud: Esculapio, Apolo bajo la advocación de Médico y las Ninfas veneradas en los balnearios de aguas salutíferas son los más abundantemente testimoniados. De igual modo, bajo el amparo del respeto a las creencias de los particulares o de las asociaciones, el cristianismo encuentra buenas condiciones sociales para su progresiva expansión.